Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles. (Bertolt Brecht)

Muchos me llamaran aventurero, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades. (Ernesto "Che" Guevara)

Aquellos que ceden la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad. (Benjamín Franklin)

lunes, 2 de diciembre de 2013

¿Qué pensaría Montaigne hoy en nuestra Sociedad de la Información?



Aún no nos hemos adaptado a las tabletas (la población en general) ni sabemos exprimir nuestros teléfonos inteligentes, y ya nos llegan los Smartwatch, probablemente uno de los más demandados en los próximos meses,  y pasado mañana las Google Glass. Ciertamente, y así se puede apreciar en los últimos años, nunca hemos tenido una tecnología imperfecta tan perfecta, pero tenemos que dedicar tiempo a descubrirla. Los profesionales de la medicina, de la ciencia, de la ingeniería, tienden a descubrirla en su uso y en nuevos usos, pero el ciudadano en general tiende a no descubrir incluso sus ventajas principales, y su mayor utilidad: cómo le puede facilitar la vida.

Estas circunstancias me hicieron recordar un artículo de Jordi Soler aparecido en El País del 3 de septiembre de este 2013, y que bajo el título de “El pensamiento vagabundo”, puede darnos una clave del por qué tenemos tanto desconocimiento de las posibilidades que nos ofrece la tecnología actual, de consumo la mayoría, y de sus capacidades de accesibilidad y usabilidad aún siendo imperfectas. En el artículo, interesantísimo, nos habla de cómo Michel de Montaigne consideraba esencial la reflexión sobre las cosas, y cómo se ha perdido. “Mientras Montaigne pasaba en silencio largos tramos del día, que llenaba de pensamientos y reflexiones, nosotros forcejeamos contra el estruendo que sale permanentemente de las pantallas. Concentrado en un solo punto, Montaigne lo abarcaba absolutamente todo, nosotros, concentrados en puntos múltiples, no abarcamos casi nada”. El único aspecto en que discrepo, es que la falta de reflexión, la pérdida de la tranquilidad, la incapacidad de permanecer sentados largos ratos pensando, la centra Jordi en los niños, cuando la prisa por correr y conseguir sin aprovechar el recurso la tienen los propios adultos, que trasladan esa necesidad a los chicos. No hay gran diferencia entre adultos y menores, pero quizá si responsabilidad de los primeros sobre los segundos con su incapacidad a enseñar a reflexionar.

No voy, desde luego, a alabar la perfección de la tecnología de consumo principalmente (televisores “inteligentes”, teléfonos “inteligentes”, tabletas “inteligentes”, electrodomésticos “inteligentes”…) en cuanto a sus niveles de accesibilidad y usabilidad, pero tampoco la voy a demonizar. De hecho, tendríamos que diferenciar distintas parcelas de la accesibilidad y usabilidad de la tecnología, pues mientras el manejo va siendo cada vez más adaptativo al usuario (mediante gestos, voz, reconocimientos biométricos o integración de varios), e intuitivo al conocerlo, el contenido y presentación de la información textual y visual sigue adoleciendo de graves carencias de accesibilidad. Y, por supuesto, las múltiples utilidades, facilidades y capacidades que va incorporando la tecnología, se pierde por ser, hasta ahora, incapaz la industria de trasladar ese conocimiento al usuario en sus manuales de forma lo más simple y elemental posible.

El teléfono que manejo actualmente, un Samsung S4, incorpora importantes niveles de accesibilidad y usabilidad, como encender la pantalla sin tocarla, poniendo la mano encima. Pero para averiguarlo, he tenido que leer prácticamente todo un libretillo de instrucciones, y esto se comenta en un párrafo conjunto. Si decimos sólo: ”Para ver  la información básica del teléfono, sólo ponga la mano encima”, todos los usuarios lo entenderían, independiente de su nivel cultural, formativo, o capacidad intelectual. Y esa capacidad de usabilidad se aprovechará. El manejo gestual, leer páginas de internet y moverla con la vista o la mano sin tocar la pantalla, disparar la cámara de fotos con la voz… también están incorporadas. Si la empresa es capaz de reducir esa información de uso a la sencillez entendible por todos, probablemente además de entretenernos, también facilitarían la vida a muchas personas, y especialmente con discapacidad funcional, escasa movilidad, discapacidad intelectual o mayores. El problema empieza a ser no que la tecnología no sea accesible (con su falta de perfección, por supuesto), sino cómo hacer para que el usuario sepa hacerla accesible a sus necesidades. ¿Cuántos usuarios conocen aspectos tan básicos como variar el contraste o el brillo, cambiar la resolución u organizar la disposición en pantalla de sus iconos?

Pero el fallo “industrial” o de “empresa” no excusa nuestra incapacidad actual, en condiciones normales y para la mayoría de los usuarios (lógicamente, no incluyo a personas con discapacidad intelectual o muchos mayores) para “perder” tiempo mirando, investigando, pensando y descubriendo. Nos hemos vuelto cómodos, encargamos la solución a otros, a nuestro amigo, a nuestro hijo o a nuestro compañero; y además temerosos de toquetear el cacharro que nos hemos comprado y nos ha costado 300, 500 o 900 euros. Algo que no le ocurría a nuestros abuelos, que siempre encontraban cómo solucionar sus percances con los recursos que poseían, y entre los que se encontraban dedicar tiempo y constancia. Por añadidura, enfocaban cada gasto realizado a la utilidad, y no se buscaba la utilidad después de realzar el gasto.

Pero, además, es que siempre tenemos prisa, y dedicar 30 minutos a pensar o experimentar nos ocupa un tiempo que erróneamente consideramos imposible de “perder”. Quizás buscamos la excusa en la autonegación de nuestra capacidad para investigar qué hace nuestro aparato, y encontrar verdaderos descubrimientos útiles. Como dice Jordi Soler en su artículo, no sólo sentados, también hemos perdido la capacidad de reflexionar o ejercitar los pensamientos caminados que proponía Nietzsche. Ello provoca, lógicamente, que las capacidades y los recursos de accesibilidad y usabilidad de nuestros aparatos se hallen perdidos de nuestro conocimiento (dicho sea esto, sin exculpar a la industria y a las empresas).

“Se han acabado los periodos de silencio, quien va andando no produce pensamientos caminados, va consumiendo algo que sale de su mp3 y le entra por los oídos, el que viaja en metro aprovecha el trayecto para hablar por teléfono o para responder un e-mail, y cualquier momento libre se rellena con la información ilimitada que produce la pantalla del teléfono o de la tableta. Nadie tiene paciencia ya para sentarse a oír un álbum de música completo, hay tiempo para oír una sola canción, que se vende en iTunes por separado; el disco entero nos roba el tiempo que podríamos aprovechar consumiendo otra cosa”.(extracto del citado artículo).

Ahora bien, como en definitiva a la industria le interesa el consumo, y va descubriendo que le sale más rentable fabricar en serie para todos (no precisamente por sensibilidad social), buscando que no se escape ningún usuario, lleva tiempo tratando de integrar múltiples funciones de manejo para sus terminales, de forma que su uso se adapte prácticamente a cualquier usuario. La integración de voz y gestos, pronto sensores de profundidad y reconocimiento en 3D, y su combinación en el uso, pueden suponer la personalización definitiva de la facilidad en el uso respecto a las necesidades del usuario. Pero también parece que a la industria no se le escapa que nuestra capacidad de reflexión o de pensamientos caminados es cada vez menor, y que no vamos a conseguir aprovechar lo que tan benefactoramente nos ofrece, por lo que va a hacerlo por nosotros, buscando adaptarlo a nuestras necesidades sin que hagamos nada. Bueno, a cambio de tener cierta información de nosotros.

Los aparatos están aprendiendo a ver y escuchar al usuario, y esto puede abrir el camino al uso personalizado y adaptativo del televisor, ordenador, teléfono inteligente y electrodomésticos de consumo, a las propias limitaciones funcionales del usuario. A principios de año, en Las Vegas, Jorge Lang, responsable de innovación en Intel España, manifestaba “Siempre nos hemos ocupado de generar más capacidad de proceso y más autonomía, pero nos planteamos demasiado el por qué lo hacíamos. Ahora trabajamos para que esa capacidad dé lugar realmente a una máquina más inteligente”. En definitiva, seguir la línea iniciada por Apple con su Iphone hace varios años, y que ahora persigue Intel bajo el término Perceptual Computing. Este era el argumento que utilizaba Lang para justificar, si se puede, el motivo de que nuestros ordenadores fueran “ciegos y sordos” hasta ahora, y cómo están aprendiendo a ver, oír y responder (ejecutar acciones) para el usuario. Es posible que la industria, al igual que el ciudadano-usuario, haya caído en la falta de reflexión que propugnaba Montaigne, para dejar de preguntarse, ¿realmente le importa al usuario tanta potencia, desaprovechada, y menos la usabilidad?.

El reconocimiento de voz ha sido sin duda un gran avance, y lo será más cuando se extienda su comercialización masiva con la inclusión de los nuevos procesadores Hasswell por parte de Intel en los ultrabooks. Si el trabajo de Intel con estos procesadores consigue el objetivo que afirmaba Lang, “estar trabajando para distinguir la voz del usuario del ruido de fondo a un metro o dos de distancia del aparato”, probablemente se resuelva, de nuevo como valor añadido y casualmente, una gran barrera a la accesibilidad en la comunicación, avanzando en un muy mejorado sistema de subtitulación en directo.

Y si el desarrollo del Perceptual Computing consigue de verdad cambiar nuestra relación y forma de interactuar con nuestro ordenador o tablet, con reconocimiento del habla, facial, de gestos y seguimiento de objetos en 3D, llegaríamos a una nueva forma de asistente personal, con innumerables utilidades para personas con discapacidad, y especialmente gravemente motoras o intelectual. La carrera empezada con el sensor de Leap Motion para la Xbox, y el interés de HP en incorporar esta tecnología sensorial en sus equipos, nos permiten vislumbrar que el concepto y potencia del denominado  Perceptual Computing importa a más de uno y de dos fabricantes. De hecho, la respuesta a gestos para pasar páginas o comandos de voz para disparar la cámara de fotos ya la han empezado a incorporar Samsung en sus smartphones S4 y S5.

Ahora bien, ¿y las otras facetas de la accesibilidad? ¿La económica?. Bueno, la industria tiene claro que tiene que abaratar precios para incrementar usuarios, estableciendo alianzas y compatibilidades entre fabricantes. Leap Motion, por ejemplo, comercializa en EEUU por 80 dólares un sensor de reconocimiento de gestos, por ultrasonidos, y que se conecta al puerto USB de un ordenador o tablet. LG lo tiene claro también en la forma que va a cambiar la relación usuario-televisor, y ya vende, ¡si, aunque nadie se entere!, un mando llamado Magic Control que permite al usuario navegar por los menús de su TV y aliados por voz y gestos.

¿La accesibilidad del contenido y la información? Bueno, digamos que a la industria de los “cacharros” esto les preocupa menos; comprado el aparato, y generada la necesidad del consumo, ese problema que lo resuelvan otros. La vertiginosa evolución de las Tic’s nos está impidiendo adaptarnos a los cambios y en consecuencia aprovechar esa evolución por falta de reflexión, como dice Jordi Soler en su artículo. Por lo cual, seguiremos probando el siguiente modelo aún cuando no estemos seguros si nos va a mejorar nuestras necesidades.

Al fin y al cabo, y volviendo al artículo de Jordi Soler, “Todo el tiempo que se ahorra en no oír discos completos, ni ver películas largas, ni leer libros gruesos, ¿en qué se aplica?: en consumir más fragmentos: una partida de Angry Birds, una noticia extirpada del periódico, un paseo por el timeline de Twitter, etcétera”. Desde luego, en reflexionar la industria y el usuario, no.

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