Ha sido un
verdadero placer releer la entrevista a Michail Bletsas, jefe de computación
del MIT Media Lab, aparecida en el diario El Mundo a finales de
noviembre del 2014. La clarividencia que demuestra en su análisis de
aspectos cruciales y cambios sociales que las tecnologías han supuesto, y están
suponiendo, en las sociedades actuales y estructuras organizativas
socio-políticas, bien podrían tenerla gran parte de responsables públicos.
Porque es evidente que lo que está cambiando nuestras sociedades y formas de
comportamiento actuales, son dos factores: los poderes económicos, y las
tecnologías; no “sus” ideologías. Y
dentro del análisis que realiza Michail, adquiere relevancia la importancia de
la conectividad para el bienestar global del planeta. Algo que el fundador y
CEO de Facebook Mark Zuckerberg lleva meses pregonando y persiguiendo, no sé si
por pura conciencia social, o por pura lógica de negocio; y que ha vuelto a
reafirmar en el Mobile Worldd Congress de Barcelona manifestando que “hacer llegar Internet a todo el mundo es
una prioridad social”. Sin embargo, no creo que ninguno haya reparado en un
aspecto realmente importante y trascendental de la conectividad universal, y es
que ésta es el primer eslabón para la accesibilidad a las TIC’s. Cuando las
tecnologías eran estancas y autónomas, sin conexiones, la accesibilidad de
aparatos y aplicaciones se reducía a eso, a tratar de hacer accesibles y usables el equipo informático o electrónico
“doméstico”. Hoy, cualquier aparato sin conexión a la red global no tiene
demasiado sentido, porque lo importante es el acceso a la información “fuera
de”, la comunicación con otros usuarios y aplicaciones, y la gestión de
nuestros servicios a través de la red. Es decir, a lo que entendemos como
accesibilidad de las tecnologías, o tecnologías accesibles, se ha unido la
capacidad o no de poder acceder al uso de la tecnología conectada.
Michail hace
una afirmación muy seria, al incorporar la conectividad a internet como un
derecho humano:
“La nueva gran ola tecnológica estará marcada,
entre otros 'big things', por la incorporación a internet de amplias capas de
población mundial, todavía al margen de la red. ¿Qué va a suponer? «Tenemos que
aclarar qué significa entrar en el mercado para estas sociedades. Pueden
conseguir productos culturales, al principio serán muy vulnerables a las
grandes tendencias, como la moda, pero lo que tiene que ocurrir a escala
mundial es que debemos asumir que la
conectividad a Internet es un derecho humano. Nadie duda de que el
acceso a una red de transporte decente es algo que todas las ciudades deberían
tener; lo mismo tendría que cumplirse para el transporte de la información. Hay
sectores cuyo negocio depende de que mucha gente tenga o no acceso a Internet”.
Y no le
falta razón. El conocimiento está pasando de encontrarse en soportes físicos a
encontrarse en entornos digitales “intangibles”, mucho más allá de los discos
duros de nuestro ordenador, de cd’s o dvd’s, o de las memorias de nuestras
tablets. Los servicios públicos están sufriendo la transformación de su gestión
caminando hacia la
Administración electrónica, la sanidad a lo digital y la
telemedicina, y la educación a lo online; la “desconexión” de las redes o
inaccesibilidad a internet significa, de este modo, el aislamiento social y la
pérdida de un acceso al conocimiento que hoy en día es imprescindible para,
entre otras cosas, la generación de bienestar social e igualdad de
oportunidades. Disponer de terminales con soluciones de accesibilidad y
usabilidad carece prácticamente de utilidad, si no nos permite el acceso a los
bienes, productos y servicios que la sociedad de la información está generando
continuamente.
Michail
Bletsas mantiene en la entrevista que “los
efectos positivos de internet son sobrecogedoramente superiores a los
negativos, aunque éstos sean también muchos”. Yo soy de la misma opinión.
Podemos hablar de la falta de accesibilidad a los contenidos, aplicaciones y
servicios que están presentes en la red; es cierto, todo esto es un verdadero
problema para personas ciegas, personas sordas o con problemas auditivos que
necesitan subtítulos en contenidos audiovisuales, o textos comprensibles para
muchos mayores o personas con limitaciones intelectuales. Pero también es
cierto que la presencia y acceso a todo ello a través de internet nos permite
llegar a ellos: unos accesibles, muchos con falta de accesibilidad y otros
muchos accesibles limitadamente. Pero sin internet, el número es 0. No podemos
caer en la negatividad y negar, efectivamente, la superioridad de los aspectos
positivos de internet. Entre ellos, la generación de un conocimiento global
sobre las distintas capacidades de las personas que componen las sociedades. La
propia industria tecnológica hace tiempo que es consciente de ello; internet ha
eliminado las barreras físicas para acercar el consumo de bienes, productos y
servicios a la persona. Internet ha ampliado en millones de potenciales
consumidores su mercado de ventas. Pero la aparición en el panorama tecnológico
de cada vez más actores que quieren participar en el “pastel”, hace necesario
incrementar necesariamente ese número de potenciales consumidores. Y esto sólo
es posible de dos formas: dotando de internet hasta el último rincón conocido;
e incrementado accesibilidad y usabilidad, que permita no dejar fuera del
mercado a millones de personas-consumidores. De esta forma, podemos entender
que esa búsqueda de la accesibilidad y usabilidad es un aspecto positivo más de
internet, producto del conocimiento social que la red ha propiciado, y no
centrarnos en la falta de accesibilidad adecuada actual de aplicaciones y
contenidos. Porque estoy convencido que ese aspecto positivo, esa búsqueda de
soluciones unido al avance en los desarrollos de software adaptativos y
capacidades cognitivas, acabaran eliminando esas barreras. Pero, efectivamente,
para todo ello la pieza clave es internet. De hecho, sin acceso a internet,
debiéramos cuestionarnos el adjetivo “universal” cuando hablemos del resto de
“derechos”: a la sanidad, a la educación, a la libertad de comunicación, a la
justicia…
El análisis
que hace Michail Bletsas a lo largo de la entrevista de múltiples aspectos de
nuestra sociedad de la información y la comunicación actual es de pura lógica,
cuando paramos a reflexionar sobre ellos. De hecho, recuerda un poco a los
libros denominados de autoayuda: pura lógica. Todo tiene “pros y contras”, mantiene, y el ciudadano debe ser consciente de
ello. La tecnología es buena en sí misma, el uso que hagamos de ella no depende
de esa tecnología. La facilidad de acceso a contenidos digitales, especialmente
de lectura y educativos, tiene muchos pros, y también quizás contras: es
esencialmente gratuita o al menos en un porcentaje muy alto cuesta menos, por
lo que elimina barreras económicas; acerca mucha más información, con mucha más
diversidad de opiniones e ideologías, a millones de ciudadanos; permite que
decenas de miles de personas ciegas accedan, mediante sus dispositivos móviles,
a un universo de conocimiento antes limitado por la conversión a braille,… ¿Que
afecta a los sistemas editoriales y de prensa tal como los conocemos?. Por
supuesto. También la imprenta, la máquina de vapor, la revolución industrial y
el propio ordenador personal afectaron a sectores de mercado tradicionales.
Pero la tecnología siempre ha supuesto una reestructuración social y de los
sistemas económicos y productivos, y nunca ha significado el ocaso de una
sociedad, todo lo contrario. Siempre, los beneficios han sido muy superiores a
sus perjuicios. Y siempre, ha significado un avance en la “accesibilidad” a
bienes, productos y servicios, aún con su imperfección en, aún siendo redundante,
su “accesibilidad”. Porque la tecnología, sin duda, hace evolucionar la
accesibilidad. Sin tecnología, la accesibilidad es nula prácticamente; con la
ayuda de la tecnología, cada vez más. Pero, para la “accesibilidad” a la
tecnología conectada, internet debe, desde luego, convertirse en un derecho.
Todo este
nuevo ecosistema de acceso a la información, ha transformado hábitos, usos,
costumbres y sistemas de trabajo; Michail lo argumenta debido al modo es “cómo consumimos” toda esa información
digital, que además ha incorporado a millones de personas al circuito del
conocimiento y de la comunicación, antes alejadas por múltiples circunstancias
(mayores, con discapacidad sensorial o intelectual, escasa alfabetización, entornos
físicos rurales o alejados…). Pero también está haciendo (o debe hacer),
cambiar radicalmente el cómo entendemos determinados derechos, tomando especial
relevancia el de la privacidad. De hecho, por ejemplo, una defensa de la
privacidad a ultranza podría llevar a frenar de manera muy significativa
avances científicos que requieren datos personales, nuevos servicios públicos y
privados que necesitan de algunos de ellos, e incluso desarrollos de productos
y servicios tecnológicos basados en reconocimientos biométricos o desarrollos
cognitivos, capaces de detectar rasgos personales y funcionales de la persona.
Por ello, Michail lo califica como una nueva era, que sólo puede estar basada
en la “confianza”. Y respecto a ello, realiza unas cuantas afirmaciones
entiendo muy acertadas:
“En nuestro esfuerzo por preservar algo que más
o menos se ha perdido ya, como la privacidad, no perdamos las ventajas
positivas.
Como usuario te debes dar cuenta de que cuando
utilizas un servicio gratuito es porque tú eres el producto. Tiene pros y
contras. Estamos en un periodo de transición. Tenemos que ser capaces de ver
las compensaciones que hay y enseñárselas a la gente.
Si observas el negocio 'cloud' desde la perspectiva del consumidor, es una cuestión
de confianza: confías en que el suministrador de la red no va a abusar
de tus datos personales. Hemos entrenado a la gente a aceptar muchas cosas
gratuitas sin ser consciente de lo que está dando a cambio.
…las expectativas de
privacidad del siglo XX no son realistas ya.
El beneficio para la sociedad podría muy bien
superar la pérdida de privacidad.
En las redes sociales, para empezar, nada
desaparece, alguien lo tiene que borrar y la única forma de hacerlo es
utilizando métodos cuánticos. La información es mucho más permanente de lo que
la gente cree.”
Si llevamos
al límite la “supuesta protección de
nuestra privacidad” al total, pondremos un freno muy importante a
beneficios tecnológicos, y entre ellos, a desarrollos de tecnologías cognitivas
y adaptativas para lograr una mayor accesibilidad a contenidos, servicios, y
formas de comunicación. La solución quizás no es meter la privacidad personal
en un bunker, sino establecer un control adecuado y lógico de cómo se usa esa “supuesta privacidad”, para qué y por
quién. Podemos autoengañarnos creyéndonos que la conectividad es neutra y no espía; bien, que así sea. Si es así,
no tendría sentido, por ejemplo, el llamado Big Data, ni rentable el Internet
de las Cosas. Cada vez que nos conectemos para usar un servicio o utilizar una aplicación, lo hacemos a través de internet; y si lo quremos como derecho universal, debemos tener claro que, mal que nos pese, los derechos no son gratis. Entonces, pensemos mejor en los beneficios, y explotémoslos al
máximo.
La legislación nunca puede ser eficaz hoy día si
no sabe utilizar los recursos Tic’s que existen para favorecer la igualdad en
el ejercicio de derechos. Y, curiosamente, favorecer el ejercicio de derechos también
es un arma eficaz para dinamizar el mercado, haciendo visible la necesidad. E incrementa
el bienestar social y la igualdad generando accesibilidad, aún cuando tengamos
que renunciar a parte de nuestra privacidad y “socializar” parte de nuestra vida.
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