Hace
escasamente quince días falleció una de las figuras claves en nuestro universo
tecnológico, y sin duda una de las mentes más preclaras en su conceptuación de
cómo debía ser la relación hombre-máquina. Doug
Engelbart, como todas aquellas mentes que se atreven a poner en duda clichés
sociales arraigados y enfrentarse a prejuicios históricos, no dudó nunca en
mantener su pensamiento, aún cuando fuera a veces arriesgado. Doug siempre
creyó que el éxito del avance social pasaba, como requisito necesario, por
conocer. Por conocer la herramienta (tecnología) para aprovechar su potencial
en su totalidad.
Hace
alrededor de quince años, cuando acababa de cumplir los 74, manifestaba que “cuánto más sepa el hombre de la máquina con
que trabaja, mayor será la productividad de la empresa, de la sociedad, del
país y, por tanto, de la civilización”. Doug
no utilizaba el término productividad en su más estricto concepto
mercantilista, más bien lo engrandecía usándolo como término universal
producido por el conocimiento, por el conocimiento de la tecnología. “El distanciamiento entre unos y otros ha
impedido un mayor desarrollo de la civilización”, manifestaba continuamente
como parte de su pensamiento. Doug perseguía algo que quizás pareciera una
ilusa idea forjada en la mente loca (o demasiado cuerda) de un hidalgo
quijotesco, humanizar la relación entre el hombre y la máquina, entre máquinas
y humanos, a través de un paso muy sencillo: el conocimiento. La falta de
conocimiento sobre algo (si hablamos de un objeto) o sobre alguien, sólo genera
distanciamiento; el conocimiento recíproco incorpora la virtualidad de poder
ayudarnos mutuamente, y el conocimiento sobre la máquina implica saber utilizar
todas las funciones que me puedan ayudar. Esto, cuando lo trasladamos a
nuestros días, significa que toda la tecnología, gran parte de consumo, debe
ser conocida en profundidad para servirnos, especialmente si hablamos personas
con discapacidad, limitaciones o mayores. Y conocerla, significa también
extraer sus condiciones de accesibilidad, e inaccesibilidad y usabilidad, para
usarla o mejorarla, sin inventar cada día nuevas ruedas. “El distanciamiento entre la máquina y el hombre ha impedido un mayor
desarrollo de la civilización”, repetía Doug.
Doug
falleció con 88 años, y hasta hace relativamente poco seguía impartiendo cursos
y charlas sobre otra de sus premisas, “la
revolución inacabada” de los ordenadores. En su obsesión por acercar el
hombre a la máquina diseñó, por lo que
pasa a la historia, el archiconocido ratón.
Y acercó ese conocimiento a sus colegas, poco más de un año después, con la
primera y arcaica videoconferencia, realiza desde su casa, con un módem y un
sistema online fabricado también por él. En definitiva, el acercar la máquina
al hombre seguía un objetivo: hacer accesible la máquina y sus funciones al
hombre; el acercar su conocimiento a un grupo de profesionales alejados en la
distancia, perseguía hacer accesible el conocimiento a otras personas en la
distancia. Quizás el concepto de accesible sea distinto al que entendemos hoy
cuando lo vinculamos a las personas con discapacidad, limitaciones o mayores,
pero en su fin último, no hay tantas diferencias. Es conseguir la usabilidad de
la herramienta (tecnológica) por todos, finalidad que sólo puede conseguirse si
hacemos accesible (para todos) la
tecnología.
En
propiedad, el ratón inventado por Doug no dejaba de ser también una ayuda
técnica, facilitando la intercomunicación de muchos usuarios, que de otra forma
no podrían interactuar con el ordenador. De hecho, desde su primitivo diseño, una
simple cajita de madera con ruedas, han sido centenares los modelos, tamaños y
materiales utilizados, con bolas arriba (trackball) y abajo, grandes y
pequeños, ergonómicos y no, ahora inalámbricos… en cualquier caso, han
facilitado la conexión de la persona con la máquina, y especialmente de muchas
personas con movilidad reducida, limitaciones funcionales y mayores con su
máquina (ordenador).
Sin embargo,
muchos años después de que Doug empezara a manifestar la necesidad del
conocimiento por parte del humano sobre la máquina, este desconocimiento sobre
las tecnologías actuales de consumo, sus posibilidades de uso y sus virtudes y
defectos, sigue manifestándose como factor clave de infrautilización. De forma
que este desconocimiento se antoja como el principal factor en la brecha
digital, incluso mucho más que la propia accesibilidad, cuando hablamos de
personas con discapacidad, limitaciones o mayores. Tanto por parte de estos,
como de los profesionales para utilizar su potencial y diseñar bienes,
productos y servicios más accesibles
universalmente. Siendo conscientes de que, desde luego, debe mejorarse y
mucho tanto la accesibilidad y usabilidad, pero también de que ya la propia
tecnología actual va incorporando cada vez más soluciones accesibles y usables
que, por desconocidas por usuarios y profesionales, “no existen”.
Cuando Doug
afirmaba de la necesidad del conocimiento del hombre sobre la máquina,
utilizaba sin más un razonamiento lógico muy simple. No sólo disminuimos su
utilidad, sino que nos plantea otras cuestiones lógicas: Si no
sabemos lo que tenemos, ¿cómo vamos a pedir algo?, o Si no
sabemos para qué se usa lo que tenemos, ¿cómo vamos a saber qué se tiene que
inventar?. Aspecto éste que, paradójicamente, se aprecia más en entidades y
organizaciones sociales relacionadas con las personas con discapacidad,
limitaciones o mayores, cuando, al ser mayor la necesidad de su uso por el
beneficio mayor que podrían aportar en determinadas circunstancias, mayor
debiera ser su conocimiento. Debiéramos, en este sentido, y más si existe
necesidad, incentivar la proactividad personal en la búsqueda de este
conocimiento acerca de nuestra tecnología
que vive con nosotros. La pasividad es uno de los mayores enemigos del
conocimiento, y sin éste pocas soluciones aparecen para la necesidad. Aunque
estamos en la sociedad tecnológica, somos herederos la mayoría de la tecnología
pasiva, es decir, de la televisión y el video, pero no sabemos buscar nuevas
potencialidad ni funcionalidades de lo que tenemos entre manos. Somos capaces
de perder horas dentro de un comercio mayoritario buscando ofertas, pero no de
entretenernos con nuestros cacharritos para aprender a saber qué es lo que pueden
hacer para facilitarnos la vida.
El
conocimiento es la clave. El conocimiento de la herramienta (tecnológica) es
clave. Resulta utópico pensar que el ciudadano va a ser capaz de aprender el
uso de la tecnología y estar al tanto de sus innovaciones, al ritmo que va apareciendo ésta. Pero también es
cierto que deben generarse nuevos sistemas de difusión y distribución del
conocimiento utilizando todos los recursos sociales que las propias tecnologías
ponen a nuestra disposición. Incrementar tan sólo un 5%, un 10% o un 15% el
conocimiento de la persona sobre lo que las tecnologías presentes y de futuro
inminente pueden hacer por ella si usa ese conocimiento, generaría
simultáneamente, como decía Doug, un crecimiento exponencial de la productividad social. Sustancialmente
más significativo para las personas con discapacidad, limitaciones o mayores. Y
sus familias.
El
desconocimiento de la tecnología es una pérdida enorme de posibilidades,
recursos y soluciones. Sin renunciar, jamás, a la mejora de la accesibilidad y
usabilidad de las tecnologías, tampoco debemos caer en la negatividad. Es más útil diseñar en cada momento servicios y
utilidades con lo que tenemos, que dejar que lo que tenemos ahora no sea
aprovechado.
Gracias por darnos a conocer más al inventor del ratón. Es cierto que la técnica ha producido con frecuencia distanciamiento y despersonalización, facilitando el trato inhumano que se dio, sin ir más lejos, en el holocausto. O en las guerras actuales donde disparar a la gente parece un videojuego más.
ResponderEliminar¡Qué importante promover que la técnica ayude al conocimiento mutuo y a la empatía! Buscaré acerca de este inventor.
Fantástico artículo! Muchos bienes, servicios o información, parecen a primera vista, 'inalcanzables' a nuestras limitadas capacidades físicas o sensoriales. Pero no debemos olvidar nunca, que gracias a la más importante de nuestras capacidades, la capacidad de imaginación, siempre podemos crear y/o aprender a utilizar máquinas, sistemas, o simplemente ideas, que nos permitan lograr todas aquellas cosas que nos parecían vedadas en un principio. Saludos
ResponderEliminarEl gran científico y poeta de la humanidad que fue J. W. Goethe acuñó una frase, fruto de su experiencia que reza: "Sólo lo verdadero es fructífero".
ResponderEliminarDe acuerdo con ella podemos preguntarnos ¿es verdadera la tecnología", es decir, está "en consonancia" con el ser humano?
Creo que no siempre y la visión utilitarista del ser humano occidental malogra muchos aciertos (quizás la mayoría) "verdaderos" de la tecnología, pero en algunos casos prevalece su aplicación para que los hombre y mujeres puedan desarrollarse en su totalidad, sin cortapisas ni limitaciones generadas por el destino o por el mismo.
En este caso, creo que es lícito hablar de la tecnología como algo verdadero y una creación moral del ser humano.
Valentín Fernandez