Aún no nos hemos adaptado a las
tabletas (la población en general) ni sabemos exprimir nuestros teléfonos
inteligentes, y ya nos llegan los Smartwatch, probablemente uno de los más
demandados en los próximos meses, y
pasado mañana las Google Glass. Ciertamente, y así se puede apreciar en los
últimos años, nunca hemos tenido una tecnología imperfecta tan perfecta, pero
tenemos que dedicar tiempo a descubrirla. Los profesionales de la medicina, de
la ciencia, de la ingeniería, tienden a descubrirla en su uso y en nuevos usos,
pero el ciudadano en general tiende a no descubrir incluso sus ventajas
principales, y su mayor utilidad: cómo le puede facilitar la vida.
Estas circunstancias me hicieron
recordar un artículo de Jordi Soler aparecido en El País del 3 de septiembre de
este 2013, y que bajo el título de “El
pensamiento vagabundo”, puede darnos una clave del por qué tenemos tanto
desconocimiento de las posibilidades que nos ofrece la tecnología actual, de
consumo la mayoría, y de sus capacidades de accesibilidad y usabilidad aún
siendo imperfectas. En el artículo, interesantísimo, nos habla de cómo Michel
de Montaigne consideraba esencial la reflexión sobre las cosas, y cómo se ha
perdido. “Mientras Montaigne pasaba en
silencio largos tramos del día, que llenaba de pensamientos y reflexiones,
nosotros forcejeamos contra el estruendo que sale permanentemente de las
pantallas. Concentrado en un solo punto, Montaigne lo abarcaba absolutamente
todo, nosotros, concentrados en puntos múltiples, no abarcamos casi nada”. El
único aspecto en que discrepo, es que la falta de reflexión, la pérdida de la
tranquilidad, la incapacidad de permanecer sentados largos ratos pensando, la
centra Jordi en los niños, cuando la prisa por correr y conseguir sin
aprovechar el recurso la tienen los propios adultos, que trasladan esa
necesidad a los chicos. No hay gran diferencia entre adultos y menores, pero
quizá si responsabilidad de los primeros sobre los segundos con su incapacidad
a enseñar a reflexionar.
No voy, desde luego, a alabar la
perfección de la tecnología de consumo principalmente (televisores
“inteligentes”, teléfonos “inteligentes”, tabletas “inteligentes”,
electrodomésticos “inteligentes”…) en cuanto a sus niveles de accesibilidad y
usabilidad, pero tampoco la voy a demonizar. De hecho, tendríamos que
diferenciar distintas parcelas de la accesibilidad y usabilidad de la tecnología,
pues mientras el manejo va siendo cada vez más adaptativo al usuario (mediante
gestos, voz, reconocimientos biométricos o integración de varios), e intuitivo
al conocerlo, el contenido y presentación de la información textual y visual
sigue adoleciendo de graves carencias de accesibilidad. Y, por supuesto, las
múltiples utilidades, facilidades y capacidades que va incorporando la
tecnología, se pierde por ser, hasta ahora, incapaz la industria de trasladar
ese conocimiento al usuario en sus manuales de forma lo más simple y elemental
posible.
El teléfono que manejo actualmente,
un Samsung S4, incorpora importantes niveles de accesibilidad y usabilidad,
como encender la pantalla sin tocarla, poniendo la mano encima. Pero para
averiguarlo, he tenido que leer prácticamente todo un libretillo de
instrucciones, y esto se comenta en un párrafo conjunto. Si decimos sólo: ”Para
ver la información básica del teléfono,
sólo ponga la mano encima”, todos los usuarios lo entenderían, independiente de
su nivel cultural, formativo, o capacidad intelectual. Y esa capacidad de
usabilidad se aprovechará. El manejo gestual, leer páginas de internet y
moverla con la vista o la mano sin tocar la pantalla, disparar la cámara de
fotos con la voz… también están incorporadas. Si la empresa es capaz de reducir
esa información de uso a la sencillez entendible por todos, probablemente
además de entretenernos, también facilitarían la vida a muchas personas, y
especialmente con discapacidad funcional, escasa movilidad, discapacidad
intelectual o mayores. El problema empieza a ser no que la tecnología no sea
accesible (con su falta de perfección, por supuesto), sino cómo hacer para que
el usuario sepa hacerla accesible a
sus necesidades. ¿Cuántos usuarios conocen aspectos tan básicos como variar el
contraste o el brillo, cambiar la resolución u organizar la disposición en
pantalla de sus iconos?
Pero el fallo “industrial” o de
“empresa” no excusa nuestra incapacidad actual, en condiciones normales y para
la mayoría de los usuarios (lógicamente, no incluyo a personas con discapacidad
intelectual o muchos mayores) para “perder” tiempo mirando, investigando,
pensando y descubriendo. Nos hemos vuelto cómodos, encargamos la solución a
otros, a nuestro amigo, a nuestro hijo o a nuestro compañero; y además
temerosos de toquetear el cacharro que nos hemos comprado y nos ha costado 300,
500 o 900 euros. Algo que no le ocurría a nuestros abuelos, que siempre
encontraban cómo solucionar sus percances con los recursos que poseían, y entre
los que se encontraban dedicar tiempo y constancia. Por añadidura, enfocaban
cada gasto realizado a la utilidad, y no se buscaba la utilidad después de
realzar el gasto.
Pero, además, es que siempre tenemos
prisa, y dedicar 30 minutos a pensar o experimentar nos ocupa un tiempo que
erróneamente consideramos imposible de “perder”. Quizás buscamos la excusa en
la autonegación de nuestra capacidad para investigar qué hace nuestro aparato,
y encontrar verdaderos descubrimientos útiles. Como dice Jordi Soler en su artículo,
no sólo sentados, también hemos perdido la capacidad de reflexionar o ejercitar
los pensamientos caminados que proponía
Nietzsche. Ello provoca, lógicamente, que las capacidades y los recursos de
accesibilidad y usabilidad de nuestros aparatos se hallen perdidos de nuestro
conocimiento (dicho sea esto, sin exculpar a la industria y a las empresas).
“Se han acabado los periodos de silencio, quien va andando no produce
pensamientos caminados, va consumiendo algo que sale de su mp3 y le entra por
los oídos, el que viaja en metro aprovecha el trayecto para hablar por teléfono
o para responder un e-mail, y cualquier momento libre se rellena con la
información ilimitada que produce la pantalla del teléfono o de la tableta.
Nadie tiene paciencia ya para sentarse a oír un álbum de música completo, hay
tiempo para oír una sola canción, que se vende en iTunes por separado; el disco
entero nos roba el tiempo que podríamos aprovechar consumiendo otra
cosa”.(extracto del citado artículo).
Ahora bien, como en definitiva a la
industria le interesa el consumo, y va descubriendo que le sale más rentable
fabricar en serie para todos (no precisamente por sensibilidad social),
buscando que no se escape ningún usuario, lleva tiempo tratando de integrar
múltiples funciones de manejo para sus terminales, de forma que su uso se
adapte prácticamente a cualquier usuario. La integración de voz y gestos, pronto
sensores de profundidad y reconocimiento en 3D, y su combinación en el uso,
pueden suponer la personalización definitiva de la facilidad en el uso respecto
a las necesidades del usuario. Pero también parece que a la industria no se le
escapa que nuestra capacidad de reflexión o de pensamientos caminados es cada vez menor, y que no vamos a
conseguir aprovechar lo que tan benefactoramente nos ofrece, por lo que va a
hacerlo por nosotros, buscando adaptarlo a nuestras necesidades sin que hagamos
nada. Bueno, a cambio de tener cierta información de nosotros.
Los aparatos están aprendiendo a ver
y escuchar al usuario, y esto puede abrir el camino al uso personalizado y
adaptativo del televisor, ordenador, teléfono inteligente y electrodomésticos
de consumo, a las propias limitaciones funcionales del usuario. A principios de
año, en Las Vegas, Jorge Lang, responsable de innovación en Intel España,
manifestaba “Siempre nos hemos ocupado de
generar más capacidad de proceso y más autonomía, pero nos planteamos demasiado
el por qué lo hacíamos. Ahora trabajamos para que esa capacidad dé lugar
realmente a una máquina más inteligente”. En definitiva, seguir la línea
iniciada por Apple con su Iphone hace varios años, y que ahora persigue Intel
bajo el término Perceptual Computing.
Este era el argumento que utilizaba Lang para justificar, si se puede, el
motivo de que nuestros ordenadores fueran “ciegos y sordos” hasta ahora, y cómo
están aprendiendo a ver, oír y responder (ejecutar acciones) para el usuario.
Es posible que la industria, al igual que el ciudadano-usuario, haya caído en
la falta de reflexión que propugnaba Montaigne, para dejar de preguntarse,
¿realmente le importa al usuario tanta potencia, desaprovechada, y menos la
usabilidad?.
El reconocimiento de voz ha sido sin
duda un gran avance, y lo será más cuando se extienda su comercialización
masiva con la inclusión de los nuevos procesadores Hasswell por parte de Intel
en los ultrabooks. Si el trabajo de Intel con estos procesadores consigue el
objetivo que afirmaba Lang, “estar
trabajando para distinguir la voz del usuario del ruido de fondo a un metro o
dos de distancia del aparato”, probablemente se resuelva, de nuevo como
valor añadido y casualmente, una gran barrera a la accesibilidad en la
comunicación, avanzando en un muy mejorado sistema de subtitulación en directo.
Y si el desarrollo del Perceptual Computing consigue de verdad
cambiar nuestra relación y forma de interactuar con nuestro ordenador o tablet,
con reconocimiento del habla, facial, de gestos y seguimiento de objetos en 3D,
llegaríamos a una nueva forma de asistente personal, con innumerables
utilidades para personas con discapacidad, y especialmente gravemente motoras o
intelectual. La carrera empezada con el sensor de Leap Motion para la Xbox, y el interés de HP en
incorporar esta tecnología sensorial en sus equipos, nos permiten vislumbrar
que el concepto y potencia del denominado
Perceptual Computing importa a más de uno y de dos fabricantes. De
hecho, la respuesta a gestos para pasar páginas o comandos de voz para disparar
la cámara de fotos ya la han empezado a incorporar Samsung en sus smartphones
S4 y S5.
Ahora bien, ¿y las otras facetas de la
accesibilidad? ¿La económica?. Bueno, la industria tiene claro que tiene que
abaratar precios para incrementar usuarios, estableciendo alianzas y
compatibilidades entre fabricantes. Leap Motion, por ejemplo, comercializa en EEUU
por 80 dólares un sensor de reconocimiento de gestos, por ultrasonidos, y que
se conecta al puerto USB de un ordenador o tablet. LG lo tiene claro también en
la forma que va a cambiar la relación usuario-televisor, y ya vende, ¡si,
aunque nadie se entere!, un mando llamado Magic Control que permite al usuario
navegar por los menús de su TV y aliados por voz y gestos.
¿La accesibilidad del contenido y la
información? Bueno, digamos que a la industria de los “cacharros” esto les
preocupa menos; comprado el aparato, y generada la necesidad del consumo, ese problema que lo resuelvan otros. La
vertiginosa evolución de las Tic’s nos está impidiendo adaptarnos a los cambios
y en consecuencia aprovechar esa evolución por falta de reflexión, como dice
Jordi Soler en su artículo. Por lo cual, seguiremos probando el siguiente
modelo aún cuando no estemos seguros si nos va a mejorar nuestras necesidades.
Al fin y al cabo, y volviendo al
artículo de Jordi Soler, “Todo el tiempo
que se ahorra en no oír discos completos, ni ver películas largas, ni leer
libros gruesos, ¿en qué se aplica?: en consumir más fragmentos: una partida de
Angry Birds, una noticia extirpada del periódico, un paseo por el timeline de Twitter, etcétera”. Desde luego, en
reflexionar la industria y el usuario, no.
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