Cuando
introducimos el término “Social” en cualquier contexto,
entendemos que nos referimos a actuaciones que afectan a una
pluralidad indeterminada, pero masiva, de personas. Cuando vinculamos
el término a la Tecnología, según su definición en la Sociología,
entendemos “Social” por aquello “Que
repercute beneficiosamente en toda la sociedad o en algún grupo
social”.
Nos
encontramos en una etapa donde se habla en todos los ámbitos del
sector privado (industria, empresa y comercio) y del sector público
(Gobiernos y Administración) de la transformación digital y de las
formas y urgencia en acometerla. Podemos entender por
“transformación” digital” la introducción en todos los
procesos y servicios de ambos sectores, públicos y privados, de los
productos y recursos que pone a nuestra disposición la industria
tecnológica. Sin embargo, este proceso, tomado sin más, sólo
generaría un beneficio en la gestión de la eficiencia, y en todo
caso, en la ficticia reducción de costes. Pero es cuestionable su
peso en un incremento del bienestar social.
Por
ello, debemos perseguir el completar el concepto “Transformación
Digital” con el adjetivo “Social” (según la sociología). Y
para que la transformación digital beneficie a toda la sociedad
(concepto amplio y preferible) o a algún grupo social, la
introducción de la tecnología (bienes y productos) y sus recursos
(aplicaciones y servicios), debe realizarse tomando a la persona como
centro, y pensando en la persona como destinatario principal de la
transformación digital. Y si queremos una “Transformación Digital
Social” completa y en su concepto amplio, con beneficio directo en
cada actor de la sociedad, la gran mayoría de los bienes, productos
y servicios implementados en ella, deben, además, cumplir
necesariamente determinadas condiciones. Dos de ellas, innegociables,
la accesibilidad y usabilidad de toda la tecnología y recursos Tic
utilizados.
La
Transformación Digital no es un proceso de empresa, es un proceso
que afecta a toda la sociedad, y a todas las estructuras públicas y
privadas, la gestión y los servicios. Desde esta perspectiva, está
de moda hablar de transformación digital (aún cuando este concepto
no es nuevo, y tiene algunas décadas), pero vinculada esencialmente
a la empresa, y a los desarrollos que nos quiere vender la empresa.
Sin embargo, esto no deja de ser un error, como tantos otros cuando
hablamos de la sociedad conectada. La empresa no deja de ser un
espacio más de los que constituyen un entorno mucho más global, una
sociedad, un país, un territorio o un continente; y en todos ellos,
la célula común e indispensable es la persona. Por ello, debiéramos
ir hacia un diseño más universal, y aprovechar la oportunidad que
nos ofrecen las cada vez más poderosas tecnologías, y empezar a
hablar de la Transformación Digital Social. Un espacio donde
confluyen las personas, en cohabitación con sus creaciones:
edificios, espacios comunes, empresas, industrias, servicios a
disposición del ciudadano (sociosanitarios, educacionales,
culturales, transportes…). Es el momento de transformar, si
queremos, la sociedad en su globalidad, y no cada “creación” en
su particularidad.
La
transformación digital es, en definitiva, la transformación de la
sociedad. Es el cambio de nuestro modo de vida, de nuestros hábitos,
de nuestras costumbres, de un nuevo sistema de trabajo y producción,
de nuestra forma de acceso y utilización de servicios públicos y
privados. Es la transformación de la educación, la sanidad, la
cultura o la comunicación. Todo ello basado en tecnologías
presentes o emergentes, que van posicionandose en nuestras vidas sin
darnos cuenta: IoT, cloud, realidad virtual, tecnologías en
movilidad, sistemas de desplazamiento autónomos (coches
inteligentes), desembarco de la robótica… tecnologías que sin los
criterios de accesibilidad y usabilidad dejarán a millones de
ciudadanos-usuarios-consumidores fuera del círculo, desplazándolo a
puntos alejados de la circunferencia que lo sustenta. Y las
consecuencias, desgraciadamente, serán desastrosas para la economía,
para el gasto público y para la sociedad.
Con
la transformación digital pasa lo mismo que con las Smart Cities o
Ciudades Inteligentes, corremos el mismo riesgo de tener que
retransformar lo transformado, en ambos casos con unos costes de
millones de euros. Es decir, lo mal transformado puede suponer la
mayor brecha digital y social creada hasta la fecha, tanto en
entornos privados como públicos. La diferencia con épocas pasadas
(o tan sólo años), es que las excusas se van esfumando: cada vez
existen más recursos, bienes y productos TIC’s con amplios
abanicos de criterios de accesibilidad y usabilidad, y si en
conciencia existiera verdadera voluntad de convertir la Tanformación
Digital en Social, los servicios generados, públicos o privados,
debieran desplegarse utilizando las tecnologías más adecuadas a la
pluralidad de capacidades de los ciudadanos (y consumidores) que
conforman la Sociedad. Servicios en cualquier sector: sanidad,
educación, transportes, Administración, cultura, comunicación o
infraestructuras, por citar algunos.
En
el excelente artículo de El País de 26 de abril de 2016
(http://economia.elpais.com/economia/2016/04/25/actualidad/1461606018_234064.html),
la
directora de IBM Commerce, Carmen García dice "No
solo hay escasez de recursos asignados a la digitalización, sino
también de personas, como tampoco existe una hoja de ruta definida y
compartida con la alta dirección de las compañías."
También Sonia Casado, directora general de Accenture Digital,
manifiesta "para
muchos directivos la transformación digital sigue siendo poner una
tienda online,
y basta".
La conclusión es evidente: en ningún momento se plantean la mayoría
de las empresas que su forma de trabajar en el mercado está
cambiando, y que el usuario-consumidor es distinto, y en pocos años
será esencialmente digital. Quizás entonces, se arrepientan de no
haber tenido la visión de anticiparse a la eclosión del ciudadano
digital, despreciando el potencial de los millones de capacidades
diferentes entre los ciudadanos-consumidores digitales, al tiempo que
ven cómo las cuentas de resultados de sus empresas descienden
dramáticamente.
David
Alandete, director adjunto de EL PAÍS, daba la bienvenida a los
asistentes a Retina, el foro Iberoamericano y Tecnológíco que
organizó su corporación el pasado mayo en Madrid, con esta
afirmación: "La
transformación digital no es un problema, es una gran oportunidad".
Efectivamente, la oportunidad para las personas, la oportunidad de
diseñar una sociedad más igualitaria, la oportunidad de generar
consumo y riqueza sin excluir a nadie mediante soluciones
tecnológicas adecuadas a la diversidad de la población, tomando en
consideración sus distintas capacidades. La tecnología se puede y
se debe humanizar, para estar al servicio de la persona. El usuario
(como demandante o necesitado de determinados bienes, productos y
servicios), debe ser la guía, la pieza clave y común para los
medios tecnológicos que maneja la empresa, la industria y la
Administración. Para ello, los medios tecnológicos ofrecidos al
usuario deben ser accesibles y usables. Es la oportunidad adecuada
para aunar beneficio económico y beneficio social. Es la gran
oportunidad, como decía Luis Alandete.
“Educación.
Salud. Cultura. Política. Economía. Nada será lo mismo tras la
transformación digital. Nada lo es ya. Políticos, empresarios,
emprendedores, educadores, pensadores, gurús... Todos están
obligados a repensar la sociedad, los mercados que la alimentan y las
instituciones que las rigen con un cambio de paradigma que marca el
pulso del siglo XXI: la transformación digital. Y todos están de
acuerdo en que el gran cambio es que, ahora, el centro de ese
universo ya no son las empresas e instituciones sino el ciudadano, o
mejor, el espectador, el lector, el cliente de banca o energía, el
alumno. La revolución digital ha dado todo el poder al usuario”.
(http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2016/05/10/actualidad/1462859976_907242.html).
Un proceso en donde el Big Data tiene un papel fundamental para
llegar a conocer lo que pide el usuario, o los bienes, productos y
servicios que necesita cada usuario en función de sus diferentes
capacidades. De hecho, Big Data debe convertirse en la herramienta
definitiva para compartir conocimiento, integrar conocimiento, y
difundir conocimiento, con el objetivo de socializar la tecnologías,
sus desarrollos y servicios.
Uno
de los ejemplos más evidentes y nefastos de una desastrosa
transformación digital la tenemos en el reciente proceso de gestión
documental y procedimental en la Administración de Justicia, y de la
entrada en vigor de la obligatoriedad de utilización para todos los
profesionales del sector (jueces, fiscales, abogados, procuradores…),
de la plataforma de transmisión y remisión de todo tipo de
documentos a través de la plataforma digital LEXNET. Una plataforma
de acceso vía web, incompatible con gran parte de las versiones de
navegadores más comúnmente utilizados por los usuarios, entre ellos
el último de Microsoft; diseñado sobre Java, por supuesto no
accesible y saltándose todos los principios de la usabilidad. Y como
no, la obligatoriedad que tienen desde hace años las Administración
Públicas de cumplir los requisitos de accesibilidad y usabilidad en
todos aquellos portales y servicios de carácter público. Pero
además, y consiguiendo hacer el triple salto mortal de una nefasta
transformación digital, introduciendo en la brecha digital no sólo
a ciudadanos y profesionales con discapacidad o limitaciones
funcionales, sino a miles de profesionales y usuarios por la
dificultad de su uso, su incompatibilidad de equipos con la
plataforma, por su lentitud, por la falta de formación (que debiera
haberse previsto) de los usuarios del sector, o lo no menos grave, la
falta de cobertura de redes de banda ancha aún en muchas zonas,
donde la utilización de internet sigue siendo, incomprensiblemente,
deficiente, muy deficiente o sencillamente nula. Es decir, se ha
logrado en la Administración de Justicia, clave en el velar por los
derechos de los ciudadanos, plasmar la antítesis de lo que debe ser
el concepto de la Transformación Digital Social: la Transformación
Digital Antisocial.
En
la Vanguardia digital de 17 de mayo de 2016, hablando del Digital
Enterprise Show 2016, se dice “El
evento nace con el objetivo de contar con la presencia de expertos
internacionales
que hablarán sobre social
business,
liderazgo digital, ciberseguridad, Internet
of Things
o movilidad, entre otros. Todo ello con las empresas y su
transformación digital como hilo vertebrador del evento”.
Me pregunto, ¿dónde queda el ciudadano, para convertir la
tranformación digital en Social?. En el mismo artículo, afirma
Lluís
Altes,
Strategy director de Digital Enterprise Show: “El
mercado actual se ha visto transformado por la tecnología. Desde
cómo se relacionan los nuevos consumidores con las empresas, a cómo
estas se relacionan con sus empleados, el mercado exige que iniciemos
nuevos modelos de negocio más versátiles y adaptados a la nueva
realidad”.
Parece que Lluis Altes lo tiene más claro, el eje de la
transformación es la persona en cualquiera de sus roles: mero
ciudadano, consumidor, empleado o usuario de servicios públicos o
privados. ¿Pero tiene claro que estos nuevos modelos de negocio a
que alude, deben contemplar necesariamente la accesibilidad y
usabilidad en cada componente implementado, para convertir la
Transformación Digital en Social?.
Estamos
a tiempo: tenemos la mejor oportunidad de incorporar a la
Transformación Digital el adjetivo Social; es decir, perteneciente o
relativo a la sociedad. Y la sociedad está compuesta por todas y
cada una de las personas. No desaprovechemos esta oportunidad.
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