Esta semana tuve la oportunidad de asistir a un Congreso monográfico centrado en el Cloud Computing organizado por la Fundación Dintel, y reconozco que salí de él francamente satisfecho, pero también con muchas reflexiones que circulaban por mi cabeza. La jornada estuvo repleta de excelentes intervenciones por parte de varios Directores Generales y Subdirectores Generales de la Administración, y completado con la experta visión de primeras empresas tecnológicas del sector privado. Salí satisfecho por conocer que nuestra Administración y sus responsables tecnológicos están al día, lo que no me sorprendió pues conozco de cerca su calidad y competencia, con gran número de procesos y gestiones ya en la nube; y por ver el nivel de implantación de este no tan nuevo sistema de gestión del trabajo y del tiempo “en la nube” aplicado en entornos privados, pero sí desconocido para “el público” hasta hace poco.
Volví reflexivo, dando vueltas en mis pensamientos a, entre otras cosas, si efectivamente estábamos volando hacia la nube, pero dejando de tener los pies en la tierra. Porque, y esto es indudable, junto a las evidentes ventajas que proporciona el Cloud Computing, me preguntaba cómo íbamos a lograr que se nos escapara de las manos tan “novedoso” y etéreo sistema, para evitar que vulnerara los derechos alcanzados para determinados colectivos con necesidades específicas de acceso a la información y el uso de aplicaciones informáticas. Eché en falta, en ese sentido, un análisis de cual era realmente el beneficio social y cómo no había riesgos de incurrir en nuevas discriminaciones, del mismo modo que quedó claro el enorme beneficio en la gestión de procesos del Cloud, de los tiempos, del ahorro económico, y de las virtudes del acceso en movilidad, por citar sólo algunas de las ventajas. Eché en falta, en definitiva, oír las palabras accesibilidad y usabilidad.
Me planteaba, entre mis reflexiones, si todos los últimos desarrollos legales que habíamos sacado en los últimos años con tanto esfuerzo, y algunos de ellos con poco más de dos años de “vejez”, como el RD 1494/2007 de condiciones básicas de accesibilidad a las NT o la ley 56/2007 de medidas de impulso de la sociedad de la información, se habían quedado obsoletos y sobrepasados. Todos ellos fueron desarrollados bajo premisas de sistemas de gestión, acceso e intercambio de información con estructuras y funcionamiento conocidos y probados, como internet, o formatos de uso tradicionales, como las emisiones de contenido en televisiones analógicas. Pero no llegaron a visualizar, creo que ninguno de nosotros, las grandes eclosiones sociales que se iban a producir con las novedades en el intercambio y gestión del conocimiento de los siguientes tres, cuatro o cinco años posteriores a la aprobación de esas normativas.
Me da la impresión que la legislación no ha podido prever la avalancha de novedades tecnológicas. En tan sólo los últimos cuatro años, de 2007 a 2011, se han introducido en nuestras vidas sucesos tecnológicos relacionados con el acceso y uso de la información que están cambiando nuestros hábitos y tratamiento de la misma. Como la accesibilidad a la TDT (sin resolver), la aparición de las redes sociales o el cloud computing. Todos van y están generando ya serios problemas de accesibilidad y usabilidad para muchos miles de personas. Mientras este año empiezan a comercializarse de manera masiva la televisiones con funcionalidades 3D, las personas ciegan siguen sin poder utilizar la televisión digital. Las redes sociales, que empezaron prácticamente como un divertimento, han superado el listón de la mera comunicación interpersonal, para convertirse en herramienta esencial de presencia en la red para las empresas, los negocios y los colectivos profesionales. Sin embargo, este novedoso sistema de presencia virtual, con la multiplicidad de estructuras diversas que conforman las redes sociales, poseen elevados niveles de inaccesibilidad y usabilidad; las redes están repletas de contenido no meramente textual, pero esencial para el acceso completo a su información. Cada vez son más las empresas y profesionales que vuelva información o utilizan las redes para “depositar” información, y miles de usuarios los que quedan fuera de ella. El cloud computing corre el riesgo de generar nuevas barreras sociales, impidiendo el acceso a aplicaciones e información, especialmente si se tiende a trabajar en nubes públicas o híbridas, sobre todo en el sector privado.
El riesgo evidente de que los avances tecnológicos avancen a ritmos tan acelerados y el uso de los mismos se generalice principalmente entre núcleos poblacionales expertos o jóvenes, puede dejar fuera de ámbitos educacionales, laborales, de ocio o de la misma comunicación a miles de personas no sólo con limitaciones o discapacidad, también de otros grupos de ciudadanos menos formados o preparados, o simplemente no preparados para absorber y utilizar las nuevas herramientas de intercambio y gestión del conocimiento, y del uso y ejercicio de su derecho de acceso, uso y utilización de la información. No cabe duda que soluciones tecnológicas accesibles existen, quizás el riesgo que corremos es no tener soluciones legales utilizables, por quedarse obsoletas.
Recientemente un amigo mío, muy experto en el uso de las tecnologías, se ha visto impotente al realizar sus gestiones en la sede virtual del servicio público de empleo con firma electrónica. Pero no es sólo el acceso al uso, la imposibilidad de llegar a utilizar o “comprender” notificaciones telemáticas, por citar otro ejemplo, al enviarse en formatos no accesibles, o no poder acceder a la aplicación donde está esa notificación por ser inaccesible, puede llegar a constituir una indefensión jurídica con consecuencias graves. Mientras los responsables públicos no dan abasto con reuniones y decisiones fuera del mercado y la realidad social, la industria tecnológica sigue presentando sus desarrollos y avances día a día, sin que aquéllos se enteren ni aprendan a utilizar su potencial en la implantación de las políticas y las defensas de los derechos reconocidos. A lo mejor estas reuniones de quienes después legislan, debieran hacerse dentro de eventos como el Mobile World Congress en Barcelona la semana que viene (es sólo un ejemplo), mientras descubren para qué sirven, qué aportan, qué soluciones accesibles y usables existen, y cómo se pueden y deben utilizar para beneficio de todos.
La inteligencia de una sociedad tecnológica no se va a medir por el mayor o menor incremento de sus desarrollos técnicos, sino por la capacidad y posibilidad (y en esto último tienen mucho que decir los responsables políticos y públicos) de los componentes de esa sociedad para asimilar esos desarrollos y su rapidez en usarlos por cada uno de sus miembros, y aprovecharlos para un mayor crecimiento económico y del bienestar social. La incapacidad de asimilación por muchas capas de la población en los usos de las continuamente emergentes nuevas tecnologías puede estar llamando a producir serias brechas y diferencias sociales incluso dentro de los propios países. Cuando vemos una carrera ciclista, observamos que todos parten de una línea, y cada ciclista presenta inicialmente claros gestos de satisfacción e ilusión. Según avanza la carrera, se van subiendo montañas, el paisaje se hace más hermoso y llegas a la cima, ves que el mundo se encuentra prácticamente a tus pies. Sin embargo, sólo unos poco han llegado los primeros, la mayoría con bastante retraso, y algunos no han llegado. Si no se establecen mecanismos en la carrera tecnológica, para al menos participar por la mayoría de la sociedad del conocimiento y del uso que nos proporcionan las nuevas tecnologías y sus desarrollos, sólo tendrá el mundo a sus pies una minoría elitista de la población, y por tanto en sus manos las reglas del juego del devenir social. Y esa búsqueda en la carrera de la igualdad, sólo es posible imponiendo accesibilidad y, por supuesto, usabilidad. Y no sólo para las personas con discapacidad o limitaciones; gran parte de la población, más de la que pensamos o queremos ver, se encuentra limitada por conocimientos o diversas circunstancias, en saber o poder usar y aprovechar el potencial de las nuevas tecnologías.
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