Mientras en España este último mes dividíamos a nuestro país en cuatro, a saber: los que a modo de asalto al estilo antiguo, atacan y nos plantan una reforma constitucional por la espalda, mientras piensan cómo nos van a convencer dentro de dos días en la cita con las urnas,; los que están o han estado de vacaciones; todos los que han estado buscando “su trabajo perdido”, y las decenas de miles de indignados; y todos aquellos que han estado esperando para, y luego cuando ha llegado, adorar a su santidad Benedicto. Bien, pues mientras todo esto ocurría por aquí, resulta que el mundo sigue girando, y nuestro mundo tecnológico más deprisa que ninguno. Porque quien más corre en nuestra nueva sociedad es, sin lugar a dudas, este sector que nos “comunica”, nos conecta y nos vende sus realidades. Mientras la FAO se mueve a su ritmo, con lentitud desesperante e inaceptable para tomar decisiones y encontrar soluciones en relación a la hambruna en el Cuerno de África y su extensión a Somalia y países limítrofes, nuestras tecnologías, las empresas que las mueven y sus decisiones ejecutivas no han parado de sucederse en este mes a ritmos vertiginosos.
Así, durante este mes “de vacaciones”, Steve Jobs nos anuncia que deja la presidencia ejecutiva de Apple, abriendo la mayor de las incertidumbres en su historia; Google desembarca definitivamente como en Normandía con Google+, y además compra Motorola Mobility mientras tanto, para perseguir a Apple; HP nos anuncia que deja de interesarle la fabricación de equipos informáticos y dispositivos móviles, y se vuelca en el software, comprando el grupo de programas informáticos Autonomy por 10.000 millones de dólares, siguiendo la estela de IBM; Sony, Hitachi y Toshiba se fusionan para dominar la fabricación de paneles LCD; Facebook anuncia que comprará hasta 20 empresas externas para hacer frente a Google; Nokia anuncia que a partir de ahora sólo desarrollaran terminales móviles con Windows Phone; y China supera en ventas de ordenadores a EEUU, con Lenovo a la cabeza. Mirémoslo por el lado positivo: los grandes señores tecnológicos son los mismos, y así están localizados.
Mientras todo esto ocurre, sigue habiendo colectivos que siguen sin encontrar ni soluciones ni recursos entre tantas soluciones y recursos, y que pasado este mes, entrando en un nuevo septiembre, siguen teniendo las mismas necesidades y las mismas limitaciones para poder usar y servirse de las tecnologías, y tener en muchos casos las mismas “oportunidades” que el resto de los ciudadanos. Cuando una sociedad teóricamente moderna como la actual gira y depende de la tecnología en todos sus sectores (sanidad, educación, empleo, servicios sociales…), cada día que pasa sin incorporar productos y servicios accesibles significa empujar un paso hacia detrás a grandes colectivos de ciudadanos con determinadas necesidades y condicionantes. Así, y mientras tanto, de este modo, y como en la economía, quién más va a sufrir esta velocidad es el ciudadano con determinadas necesidades especiales, con alguna discapacidad y/o las personas mayores. Sin embargo, bien sabemos que el pararse un poco, y dedicar el tiempo necesario a pensar, buscar y planificar, casi siempre resulta más rentable que el sólo pedir “derechos” e improvisar soluciones. La situación tecnológica actual, el mercado, los recursos y las realidades ya existentes nos pueden ofrecer muchas más soluciones de bienestar de las que creemos. Incluidas soluciones accesibles y usables.
Por supuesto que estamos muy lejos de la perfección, y de que la igualdad “tecnológica”, conseguida mediante equipos, bienes y servicios accesibles y usables para todos, está aún bastante lejos de conseguirse. Pero, para llegar a ello, también tendríamos que estudiar y analizar en profundidad nuestro “mundo actual tecnológico”. Si no sabemos de manera fiable lo que tenemos, ¿cómo vamos a pedir algo?. Si no sabemos para qué se usa lo que tenemos, ¿cómo vamos a saber qué se tiene que inventar? ¿vamos a seguir pidiendo inventos de por vida? Evidentemente, hay que seguir inventando, pero también conocer y saber aprovechar lo que ya está inventado. Es urgente un análisis, un rastreo profundo, la creación de un mapa real de nuestra situación tecnológica. Es completamente necesario este mapa tecnológico, donde sepamos quién inventa, quién fabrica, dónde lo hace, qué es lo que diseña y vende, y cuánto. Y haríamos muy bien en no ceñirnos a nuestro universo europeo-anglosajón, y darnos una vueltecita por otros escenarios, como Japón y unos cuantos países “amarillos”.
La discapacidad vive exclusivamente mirando sus estadísticas cuantitativas (¿somos más discapacitados que el mes anterior?). Haría bien en fijarse en otras fuentes, para saber por dónde atacar y planificar soluciones. No estamos ni pendientes ni al día de los nuevos avances, y nos vamos enterando según leemos, cuando leemos, en la prensa o los medios. Damos vueltas en círculos, mientras el “mundo tecnológico” va enfilado en línea recta. Hace unos días, la representante de la Comisión Europea, en Barcelona, anunciaba que la UE aportará 3,41 millones de euros para el desarrollo de un proyecto para hacer los cajeros automáticos y las máquinas expendedoras accesibles a las personas con discapacidad, cuyos ensayos durarán tres años y se iniciarán en Barcelona y continuarán a partir de enero de 2012 en 24 expendedoras de billetes de transporte de Paderborn, en el norte de Alemania. En tanto, la industria tecnológica anuncia que en 2013 el 40% de los pagos se realizaran a través del móvil, con tecnología NFC. Entonces, ¿en el 2018 se seguirán usando los cajeros? ¿los pondremos al lado de las cabinas de teléfono fijas, como reliquias? Cuando acabe el proyecto financiado por la Comisión Europea, a tres años, y en tanto se ponen a hacer accesibles las redes de cajeros, ¿Quién va a usar los cajeros por entonces? ¿Será el el momento de empezar a estudiar cómo hacer accesible el pago con el móvil, mientras emerge la siguiente novedad tecnológica? Esperemos al menos, que para entonces siga habiendo subvenciones para estudiar la accesibilidad a lo prontamente obsoleto, en lugar de analizar “lo que se nos viene encima”. Según la representante de la Comisión Europea, en EEUU el 61% de los cajeros ya incorporan soluciones de voz accesibles, y en Canadá prácticamente la totalidad. A lo mejor resulta que ya está estudiado e inventado todo esto, y resultaría más eficaz copiar o adaptar lo que ya existe. 3’41 millones de euros son muchos millones. Casi 600 millones de nuestras antiguas y entrañables pesetas.
Aunque estamos en la sociedad tecnológica, somos herederos la mayoría de la tecnología pasiva, es decir, de la televisión y el video, pero no sabemos buscar nuevas potencialidad ni funcionalidades de lo que tenemos entre manos. Y mucho menos ver ni saber ver no ya el futuro tecnológico lejano, tan siquiera el inmediato, para saber cómo, cuánto y de qué modo nos va a afectar y nos puede beneficiar o perjudicar. Somos capaces de perder horas dentro de un comercio mayoritario buscando ofertas y saldos, pero no de entretenernos con nuestros cacharritos para aprender a saber qué es lo que pueden hacer para facilitarnos la vida.
No podemos ser tan necios como para pensar que sólo aprobando derechos y obligaciones, y “contemplando” sanciones económicas, vamos a solucionar la accesibilidad a las tecnologías. Cualquier sanción económica, por grande que sea, no dejan de ser unas pequeñas cosquillas a las grandes multinacionales. El camino pasa, por supuesto, junto a la legislación, en establecer alianzas y convencer a “nuestros enormes proveedores tecnológicos” de las bondades y los beneficios de incorporar tecnologías accesibles y usables, e ir sumando consumidores físicos, “empresariales” e institucionales. Y para ello los colectivos de personas con discapacidad, y mayores, deben ser serios y leales con sus “proveedores” de productos y servicios. Si queremos convertir a estos grandes señores tecnológicos, tenemos que convencerlos, enseñarles y ganárnoslos. No podemos manejar macrocifras de “discapacitados”, “somos más de 4 millones”. A las empresas no se las puede engañar: si hay 80.000 ciegos en España, esos son los que hay; si hay 50.000 sordos usuarios de lenguas de signos, son esos. Y multiplicárselos por cada país. Del mismo modo, con cada subsector del colectivo de personas con discapacidad y /o mayores. No podemos caer en el error de venderles grandes macrocifras, 4 millones de personas con discapacidad todos juntitos, cuando es claro y evidente que más de la mitad de esta cifra, aún teniendo alguna discapacidad, no tiene limitación alguna en el acceso y uso de las tecnologías. ¿O acaso una persona que no ve por un ojo y no oye por un oído tiene alguna limitación en este sentido? ¿y aquél que tiene una discapacidad orgánica?.
Si las empresas tienen que planificar, debemos ser sinceros con ellos. Y tenernos que ponerles las cifras de los beneficios que les supondría. Sin engaños. Con las cifras reales, la rentabilidad es mucho mayor para todos. Económica y social. Si queremos que fabriquen para nosotros bienes, productos y servicios accesibles y usables, sería mucho más efectivo hacerles “nuestros amigos”. Y para poder empezar a caminar “como amigos” (interesados mutuamente, por supuesto) es necesario completamente generar esa base de datos del estado de la tecnología, donde sepamos quién es quién, quien fabrica, donde, cuánto vende y para qué sirve. Sólo de esta forma, creando un punto de referencia y consulta único, el usuario, las empresas y los comerciales sabrán dónde están los recursos, y se produciría una competitividad inicial entre fabricantes, ¿acaso conoce Apple cuántos samrtphones vende a los ciegos, y por qué? ¿se ha analizado realmente por alguna empresa cuánto gasta en tecnología una persona con determinada discapacidad, y cuánto gasta en su consumo?. Por supuesto que hay que obligar a nuestros “amigos”, como un padre a sus hijos, pero también enseñarles y ayudarles, para que luego (je, que interesados, en el buen sentido), nos ayuden a nosotros.
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